El protagonista desea tener de vuelta todas las cosas que regaló a personas que lo convencieron de que era un signo de amistad, incluso aquellas que no tenía. Se arrepiente de haber creído que ciertas cosas eran bromas o juegos, como cortar caros linos. Desea poder explicar a los demás cosas difíciles de comprender, como cómo el futuro ya no es como solía ser y cómo un solo Dios puede ser tres. Sueña con un mundo en el que las cosas simples se valoren más de lo que son y en el que las personas agradezcan a Dios por estar presente en todo. También admite tener una peligrosa adicción a la sensación de extrañar algo que aún no ha experimentado y espera que su pareja pueda ser la cura para eso. Al final, reconoce que la sociedad nos ha dado puntos de vista sesgados del mundo y le resulta difícil llorar por ello.